Saber vivir es una de las grandes aspiraciones humanas, y a ello se han dedicado la filosofía y la psicología. Pero no es un conocimiento teórico sino que se adquiere con la vida. Experimentar y conocerse a uno mismo son las dos vías indispensables para adquirir maestría en el arte de vivir.
En la antigua Grecia, en una época en la que los filósofos florecían por aquí y por allá, un muchacho que se creía muy listo, decidió un día tenderle una trampa a un famoso pensador. Se presentaría ante él con un pequeño pájaro en la mano y le preguntaría si estaba vivo o muerto el animal.
Si la respuesta era “vivo”, él apretaría el pájaro hasta matarlo, y solo entonces abriría la mano. Si la respuesta era “muerto”, abriría las manos de inmediato y dejaría al pájaro volar. En ambos casos, se trataba de demostrar que el sabio no sabía nada.
Pensado y ejecutado, se presentó ante el filósofo con el ave en la mano y formuló la pregunta. El hombre lo miró largamente, observo la mano del chico, vio la cabecita del pájaro que emergía de entre los dedos, volvió la mirada al rostro del muchacho y le dijo: “Hijo mío, la respuesta la tienes en tus manos”.
En definitiva, la sabiduría podría resumirse en solo comprender lo que de verdad necesitamos, y esto no lo encontramos fuera, sino que está en nosotros mismos.
Y aquí viene lo de la sabiduría. Pero la experiencia es lo que se vive, aquello que de verdad nos ocurre; no lo que nos cuentan, no lo que leemos. Las experiencias son situaciones concretas de la vida, que nos propone a diario. Se suele decir que las personas con mucha experiencia en cualquier tema no son más sabias. Ser experimentado no es ser sabio. La experiencia es una consecuencia de la vida, mientras que la sabiduría depende de lo que hagas con tu experiencia.
Por lo tanto, vivir las experiencias de nuestra vida con compromiso y conciencia nos podrá en camino para alcanzar la sabiduría.
Saber muchas cosas no nos hace necesariamente más sabios. Debemos estas dispuestos a adentrarnos en nuestro interior.
Vivir con sabiduría,